Hay cosas que hoy no puedo recordar, Aloyahé, desde que entró mi suerte y tus ojos recibieron la muerte que me llegaba regida por el vientre. Es la misma batalla, muerte y vida, el signo espejo que llevamos. Que me hagas tú dormir protegida por un planeta más que amoroso. Esta armonía no es fácil.
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Nos tocaba el silencio. ¿Y cómo otra vez lo oscuro después de haber visto luz? Acaso es otra prueba de péndulo. La infancia dura siete días y termina en una mezcla de sangre y risa. Es cuando el Mundo me habla de ti y pide que me detenga. Descubro que soy fuerte porque igual renuncio y el día de partir te despido en la puerta con una historia pendiente. Dime, Aloyahé, ¿dejamos de ser niños para siempre?
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Cuando me veo separada voy al mar, ese ocupado cristal de los orígenes, o traigo el mar en forma de faro porque hay sueños en soledad con vastos horizontes. El mar y el faro traen otras imágenes donde el alma aprende y conjura. Esto es ausencia, Aloyahé, ausencia de ti mismo.
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Dime cómo defiendes tu libertad y sabré dónde reinas. Y si eres rey son cuatro tus aspectos:
Cuando ves acercarse la serpiente y sigues sonriendo.
Cuando escuchas la serpiente y sigues tu propio rumbo.
Cuando danzas con la serpiente a pesar del miedo y la decisión.
Cuando tú y la serpiente se amigan y no se confunden
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Miro pájaros con esta mente de ánfora a ver cuán lejos llega mi respiración a pesar de la niebla implacable y el polvo del camino. La tristeza no hace milagros. Pero el afán de vuelo es como Dios, perdona sin piedad cada transgresión de límites.